Los educadores observan a diario que sus alumnos además de
diferenciarse en su nivel académico, también difieren en sus habilidades
emocionales. Estas diferencias afectivas no han pasado desapercibidas
ni para sus padres, ni para el resto de compañeros de clase, ni tampoco
para la ciencia. En la última década, la ciencia está demostrando que
este abanico de habilidades personales influye de forma decisiva en la
adaptación psicológica del alumno en clase, en su bienestar emocional e,
incluso, en sus logros académicos y en su futuro laboral.
Una de las líneas de investigación y
estudio que hace énfasis en el uso, comprensión y regulación de los
estados de ánimo es el campo de estudio de la inteligencia emocional.
Desde las teorías de la inteligencia emocional se resalta que nuestras
capacidades de percepción, comprensión y regulación emocional son de
vital importancia para la adaptación a nuestro entorno y contribuyen
sustancialmente al bienestar psicológico y al crecimiento personal,
independientemente del nivel cognitivo o el rendimiento académico del
alumnado (Salovey y Mayer, 1990; Mayer y Salovey, 1997). Uno de los
modelos que mejor ha integrado estas premisas y está abordando el
estudio científico de la inteligencia emocional es el propuesto por
Mayer y Salovey (Mayer y Salovey, 1997; Mayer, Caruso y Salovey, 1999).
Para estos autores la inteligencia emocional (IE) es:
“La habilidad para percibir, valorar y
expresar emociones con exactitud, la habilidad para acceder y/o generar
sentimientos que faciliten el pensamiento; la habilidad para comprender
emociones y el conocimiento emocional y la habilidad para regular las
emociones promoviendo un crecimiento emocional e intelectual” (Mayer y
Salovey, 1997).
Las habilidades integradas en este
modelo nos parecen de suma importancia y creemos que deben ser
habilidades esenciales de obligada enseñanza en la escuela
(Fernández-Berrocal y Extremera, 2002).
Sin embargo, debido en parte a la
confusión terminológica y a la proliferación de libros sin demasiado
rigor científico que han sido publicados tras el best-seller de Goleman
(Goleman, 1995; 1998), ni los investigadores ni los educadores han
tenido claro qué herramientas de evaluación existen para obtener un
perfil emocional de sus alumnos. A nuestro parecer, la evaluación de la
IE en el aula supone una valiosa información para el docente en lo que
respecta al conocimiento del desarrollo afectivo de los alumnos e
implica la obtención de datos fidedignos que marquen el punto de inicio
en la enseñanza transversal. El propósito de este artículo es exponer
los métodos de evaluación existentes que han abordado la medición de la
inteligencia emocional desde una perspectiva rigurosa. Posteriormente,
se detallarán los diferentes procedimientos evaluativos que permiten
obtener un buen indicador de la IE del alumnado, indicando tanto las
ventajas como las limitaciones de los diferentes métodos.
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